Comentario
LIBRO SEXTO
DE LA HISTORIA DE LA FLORIDA DEL INCA
Contiene la elección de los capitanes para la navegación; la multitud de las canoas contra los españoles; el orden y la manera de su pelear, que duró once días sin cesar; la muerte de cuarenta y ocho castellanos por el desatino de uno de ellos; la vuelta de los indios a sus casas; la llegada de los españoles a la mar; un reencuentro que tuvieron con los de la costa; los sucesos de cincuenta y cinco días de su navegación hasta llegar a Pánuco; las muchas pendencias que allí entre los mismos tuvieron y la causa por qué; la buena acogida que la imperial ciudad de México les hizo y cómo se derramaron por diversas partes del mundo. Contiene veinte y un capítulos.
CAPÍTULO I
Eligen capitanes para las carabelas y embárcanse los españoles para su navegación
Luis de Moscoso de Alvarado se embarcó en la carabela capitana por gobernador y capitán general de todos, como lo era en tierra; Juan de Alvarado y Cristóbal Mosquera, hermanos del gobernador, por capitanes de la almiranta. A estos dos bergantines o carabelas llamaron por estos nombres: Capitana y Almiranta; a las demás llanamente las nombraron tercera, cuarta, quinta, sexta y séptima. El contador Juan de Añasco y el fator Viedma, por capitanes de la tercera carabela. El capitán Juan de Guzmán y el tesorero Juan Gaytán, por capitanes del cuarto bergantín. Los capitanes Arias Tinoco y Alonso Romo de Cardeñosa, del quinto. Pedro Calderón y Francisco Osorio fueron capitanes del sexto bergantín; Juan de Vega, natural de Badajoz, otras veces ya nombrado, y García Osorio se embarcaron en la séptima y última carabela por capitanes de ella. Todos estos caballeros eran nobles por sangre y famosos por sus hazañas, y como tales habían aprobado en los sucesos de esta jornada y descubrimiento. Nombráronse dos capitanes para cada bergantín porque cuando el uno saliese a hacer algún hecho en tierra quedase el otro en la carabela para el gobierno de ella.
Debajo del mando y gobierno de los capitanes ya nombrados se embarcaron con ellos trescientos y cincuenta españoles, antes menos que más, habiendo entrado en la tierra muy cerca de mil. Embarcaron consigo hasta veinte y cinco o treinta indios e indias que de lejas tierras habían traído en su servicio, y éstos solos habían escapado de la enfermedad y muerte que el invierno pasado habían tenido, que, siendo más de ochocientos, habían muerto los demás. Y estos treinta embarcaron y llevaron consigo los españoles porque no quisieron quedar con Guachoya ni Anilco por el amor que a sus amos tenían, y decían que querían más morir con ellos que vivir en tierras ajenas. Y los españoles no les hicieron fuerza para que se quedasen por parecerles mucha ingratitud no corresponder al amor que los indios les mostraban y gran crueldad desampararlos fuera de sus tierras.
El día propio de los Apóstoles, día tan solemne y regocijado para toda la cristiandad, aunque para estos castellanos triste y lamentable por lo que particularmente en él hicieron, que desampararon y dejaron perdido el fruto de tantos trabajos como en aquella tierra habían pasado y el premio y galardón de tan grandes hazañas como habían hecho, se hicieron a la vela al poner del sol y, sin que los indios enemigos les diesen pesadumbre alguna, navegaron a vela y remo toda aquella noche y el día y noche siguiente.
Cada bergantín llevaba siete remos por banda, en los cuales se remudaban para remar por sus horas todos los que iban dentro sin eceptar nadie, sino eran los capitanes. La distancia del río que las dos noches y el día navegaron nuestros españoles se entendió que fuese del distrito y término de la provincia de Guachoya, que, como atrás tocamos, era el río abajo y que, por haberse mostrado Guachoya amigo de los castellanos, no hubiesen querido los indios ofenderlos mientras iban por el paraje de su tierra, o que fuese alguna superstición y observancia de la creciente o menguante de la Luna, que iba cerca de la conjunción como la tenían los alemanes según lo escribe Julio César en sus Comentarios. No se sabe la causa cierta por qué no los hubiesen perseguido aquellas dos primeras noches y un día. Mas al segundo día amaneció sobre ellos una hermosísima flota de más de mil canoas que los curacas de la liga juntaron contra los españoles y, porque las de este Río Grande fueron las mayores y mejores que los nuestros en toda la Florida vieron, será bien dar aquí particular cuenta de ellas, porque ya de aquí adelante no tenemos batallas que contar que hubiesen pasado en tierra, sino en el agua.